De regreso a casa pasé por el Templo de Maipú, espacio histórico nacional y comunal. Estaba lleno de pequeños ejércitos, de estudiantes uniformados, levantando los estandartes de sus escuelas. Por experiencia, por haber trabajado 9 años en una escuela municipal de la comuna, me consta que antes estos estudiantes debieron ensayar una semana su marcha militar para poder desfilar "impecables" (palabra que se pondrá más de moda el 19) delante de las "autoridades" (apuesto a que hago una encuesta a los que desfilaron preguntando quiénes son las autoridades de su comuna y con suerte nombran al alcalde). ¿Por qué desfilan? Una vez hice esta pregunta a una docente de mi escuela y me dijo "porque es tradición". Lo cierto es que yo siempre me zafé de la tradición y en 9 años me rehusé año a la presión que ejercían sobre mí para que fuera a desfilar. Y es que lo militar no es lo mío. Nunca entendí bien porque la gente se reunía a desfilar. Si me lo preguntan, preferiría una murgas, carros alegóricos, cuecas, muestras de teatro chileno, cuentacuentos, circo, y tantas otras cosas. Porque desfilar es mostrar, a paso calculado, perfecto y militarizado, tu uniforme, tu estandarte. Es caminar sin equivocarte detrás de tu compañero para mostrar una apariencia, no para mostrar lo que sabes hacer, o lo que eres en esencia. Es eso: mostrar, mostrar de qué escuela, barrio, o asociación, sin importar quién realmente eres ni cuál es tu aporte como chileno o maipucino. Como cuentacuentos, confieso, hay veces en que no quiero contar más cuentos de Pedro Urdemales, porque los he contado mucho. Pero tantas veces me ha pasado pararme frente a público tanto infantil como adulto que no conoce quién es Pedro Urdemales que casi siento la necesidad de seguir contando sus cuentos antes de que la televisión nos coma. Es por eso que cuando veo a un niño caminar detrás de otro que lleva un estandarte, sin saber qué suelo está pisando, quiénes estuvieron allí antes que él, sin saber quién es el Tony Caluga, el roto Quezada, sin saber cómo rimar para hacer una décima, me da una pena profunda de ver el vacío patrimonial que existe en nosotros. Los estudiantes no necesitan desfilar detrás de un estandarte para aprender a ser chilenos y valorar lo que son. Ni siquiera necesitan enarbolar la bandera patria (que si lo hacer mejor). Lo que necesitan es recuperar las historias familiares, recuperar recetas, escuchar cuentos de campo, ir al circo, ver cómo se hace una rueda de carreta, cómo se pisa la uva, cómo se ponen las herraduras de un caballo, cómo se hacen los dulces de la ligua. Porque así como vendieron a una inmobiliaria la última esquina emblemática de los circos (alameda con general velásquez), nuestras costumbres chilenas se van reduciendo poco a poco a levantar la bandera y comer empanadas, habiendo tantas otras cosas por disfrutar. Un pueblo que no se conoce a sí mismo, es un pueblo sin raíces y cualquier viento (el internet, la PSP, la televisión) se lo va a llevar. Esta es una invitación a NO desfilar, a NO mostrar que somos chilenos sino a SER chilenos. Basta con que escuche las historias de los ancianos, con que rescate alguna receta, con que vaya al circo, con que vaya a la vega. Nos hace falta mirarnos, reconocernos. Dejemos que el 19 desfilen los militares (Yo por mi parte ese día apago la tele), que nosotros tenemos la tarea de ir al rescate de lo que somos. Menos marchas militares y más cuentos de Pedro Urdemales.
El Ombligo, 14 de Sep de 2015.
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