Como en este pedazo de la película Gattaca, muchos emprenden desafíos pequeños, y se echan a nadar al mar, pero sin descuidar la orilla. Es una forma segura, aséptica por decirlo de algún modo, de avanzar ilusoriamente. Pero en realidad no se avanza, porque más temprano que tarde, se vuelve a la orilla, a ese resguardo seguro del que nunca dejamos de aferrarnos.
Hay otros que dejan la orilla atrás, y nadan sin certezas hacia un horizonte incierto, sin miedo, con calma y desapego. Estos son los que avanzan realmente, porque conquistan nuevas orillas y en cada viaje se vuelven más fuertes.
Hoy alguien me recordó algo sucedido el año pasado y tuve dificultades para recordar. Es una orilla que dejé hace meses. No he vuelto allí. Simplemente me eché a nadar, y nadé sin cuestionamientos, cortando todas las anclas. Y llegué a una isla que parece un paraíso, prácticamente desierta, que es mi nueva orilla. No la habría conocido si no hubiese experimentado el desapego. Es que, como dice el protagonista (Ethan Hawke), “jamás me reservé nada para la vuelta”.
Estoy cierta que abandonaré también esta orilla, tal como he dejado antes estudios conclusos e inconclusos, trabajos, hogares, personas. Mientras pueda, disfrutaré de esta isla, y cuando sienta la necesidad volveré a echarme a la mar, en busca de otra galaxia donde tirar el ancla por un instante, y aprender un nuevo oficio.
OmbligO, 09mayo2019
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