Cuenta la historia que hace 20 años comenzó en Chile el movimiento de la narración oral, con exponentes que venían del mundo del teatro. De allí se formaron escuelas de cuentacuentos, y algunas permanecen activas hasta hoy, desde donde año a año salen al mundo pequeños grupos de narradores nuevos. Hace menos de cinco años, una fundación decidió formar una escuela de cuentacuentos que en la actualidad alcanza ocho sedes y desde donde han egresado más de mil narradores, siendo la mayor horneada de cuentacuentos que ha visto el país. Desde el mundo de los números es evidente que hemos avanzado. Hoy por hoy hay muchos más narradores orales que antes, y el número crece exponencialmente. Pero, como es de esperarse, la discusión no avanza a la misma velocidad y hay muchas preguntas por responder aún. Quizás una de las más necesarias es qué es lo que buscamos al contar un cuento, en un país en donde hasta los más pobres tienen un televisor plasma en casa, pero donde la gente no lee, y donde el lenguaje se devalúa a cada segundo. En este contexto, para algunos es válido pensar que lo mejor es que este arte se derrame por cada rincón democratizando el acceso a las historias. Es válido, también, para otros pensar que debe hacerse de manera intencionada. Pero por sobre todo, en este contexto, tal vez el mayor desafío, por ahora, sea hacerlo bien. Y es que entre toda esta masa de nuevos aprendices de cuentacuentos, hay una gran mayoría para los que contar un cuento es un pasatiempo, una actividad de una vez al mes que no requiere de mayor esfuerzo ni preparación. Y llegado el día del evento, sin ensayo, sin cuento definido, y con muy poca experiencia, se presentan frente a un público que tiene las más altas expectativas, con personas que nunca han escuchado un cuento antes, y lamentablemente decepcionan. Pues claro, contar un cuento es más que repetirlo. Implica trote, calle, kilómetros, y horas. Y esas personas retornan a sus casas pensando que hubiese sido mejor pagar por ir al cine o quedarse en sus casas mirando sus plasmas. En Chile son muy pocos los narradores que pueden (podemos) efectivamente vivir de esto, y la figura del cuentacuentos está aún algo desdibujada y por definir. Es lógico que sean escasos los que se animen a considerarlo un trabajo de tiempo completo. Nuestro Ministerio de Cultura, por su parte, tampoco sabe a qué nos dedicamos, y para postular a fondos de gobierno es necesario desviar el camino hacia fomento de la lectura, o artes escénicas. Es, por tanto, fundamental que los narradores nos asociemos, no sólo para delinear los conceptos que nos definirán como figura, sino también para proponer y exigir como gremio que la narración oral sea considerada un arte en sí misma, y no un medio para otro fin. Asociados podremos tener voz, discutir, opinar, proponer y profesionalizar este arte que hasta ahora ha sobrevivido gracias a los esfuerzos individuales y colectivos de quienes aman contar historias, y han decidido, a pesar de los obstáculos, narrar con profesionalismo.
Artículo publicado en la revista digital CIRNAOLA el 19 de septiembre de 2014. Leer artículo aquí.
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