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EL CUENTO Y SU IMPACTO EN LA ESCUELA

RESUMEN

La narración de historias ha existido desde siempre, y escuchar cuentos que son narrados o leídos siempre ha producido fascinación. Y aunque los beneficios de narrar y leer oralmente cuentos están ampliamente investigados y documentados, la presión que ejerce la evaluación SIMCE ha desplazado la oralidad, restringiendo todas las actividades que se realizan en el aula casi exclusivamente al desarrollo de la comprensión lectora. Sin embargo estos esfuerzos no han dado frutos a lo largo de los años, y los resultados se encuentran estancados. ¿Será ahora el momento de cambiar la estrategia y volver a contar cuentos?



La narración de historias ha existido desde siempre. Antiguamente en cada comunidad era común encontrar un narrador oral o cuentacuentos, cuya misión era transmitir a través de las historias la cultura y valores del pueblo. Sentados en torno a un fogón, el pueblo solía escuchar atentamente al cuentacuentos, que solía tener un lugar privilegiado en la comunidad. Similar función cumplían los juglares en la Edad Media, quienes viajando de ciudad en ciudad, se ganaban la vida contando historias recitadas o cantadas. Más tarde, con la invención de la imprenta, las historias pudieron ser registradas en papel, masificadas, y, por tanto, el cuento dejó de ser exclusivo del narrador, democratizándose.

Este breve barrido por la historia demuestra que a los seres humanos nos encantan los cuentos. A los niños les fascina dormirse escuchando historias de la boca de sus padres o abuelos que no sólo les leen, sino que también muchas veces inventan historias para satisfacer las exigencias de su pequeña audiencia. A todos nos gusta escuchar historias y a la vez somos cuentacuentos, pues la narración es una de las habilidades del lenguaje que más utilizamos. “Contar es encantar, nos dice bellamente Gabriela Mistral. (…). El cuento bien narrado, o bien leído, pareciera detener el tiempo de tal manera que niños y adultos, o más bien personas de más o menos años, nos sentimos trasladados a un mundo mágico, aparentemente desconectado de la realidad cotidiana” (Edwards, 2008).

El ser humano utiliza el lenguaje para describir, argumentar, exponer y narrar. A través de la narración es que registramos nuestra experiencia cotidiana, nuestra memoria y recuerdos. Beuchat (2006:16) señala la importancia de la narración en nuestra vida cotidiana: “Todos tenemos alguna historia que contar. Todos somos contadores de cuentos. El ser humano siempre ha querido comunicarle algo a otros. Bastaría con recordar la frase que emerge con frecuencia cuando encontramos a otra persona: ‘¿Te cuento?’ Es un deseo innato arraigado en lo profundo de nuestro ser, que nos impulsa a compartir con los otros”.

Pero, ¿qué estructura tiene una narración? De acuerdo con Álvarez (2004) lo que distingue una narración de los otros tipos de discurso que utilizamos (descriptivo, argumentativo y expositivo) son las secuencias de acciones ordenadas en el tiempo. Ejemplos de narraciones son las anécdotas o experiencias vividas, cuentos, novelas, fábulas, leyendas, etc. (Condemarín y Medina, 2010). El cuento, en particular y como texto narrativo, contiene la secuencia: inicio-conflicto-desenlace, es decir, posee una situación inicial, luego un quiebre –algo que viene a perturbar las cosas- y por último un desenlace. A esta estructura básica pueden agregarse otros elementos como episodios, que son secuencias de acciones en las que el protagonista, su antagonista y personajes secundarios realizan para recuperar el equilibrio perdido. De acuerdo con Volosky (2004), los cuentos en general y los cuentos de hadas en particular, pueden poseer además recursos tales como la repetición (ejemplo: Ricitos de Oro), los matutines (Érase que se era, colorín colorado) y expresiones mágicas y cabalísticas (Ábrete Sésamo o Rapunzel, Rapunzel, échame tu cabellera para subir por ella sin escalera), entre otros.

La importancia fundamental del desarrollo del discurso narrativo en las personas de acuerdo con Searle (1969), corresponde a que es un “organizador de la experiencia humana”. La importancia del cuento, según Monfort y Juárez radica en que “ayuda a introducir a los niños al mundo de la imaginación y la fantasía; permite revivir deseos, miedos, etc., ya que los cuentos poseen una fuerte carga afectiva y posiblemente simbólica; y fomenta el lenguaje hacia uno más ‘culto’ y al mismo tiempo propicia un aprendizaje de la lengua escrita” (1999:192).

Hay diversos estudios que han indagado en los beneficios que contrae narrar oralmente cuentos o leerlos en voz alta. Cecilia Beuchat en su libro “Narración oral y niños: una alegría siempre” (2006) detalla estos beneficios: narrar oralmente desarrolla la capacidad de escuchar, expande significativamente el lenguaje, desarrolla la imaginación, prepara para la escritura, fomenta el gusto por leer y por los libros, contribuye a que los niños se familiaricen con los elementos propios de la narrativa, desarrolla ampliamente el pensamiento (habilidades como predecir, anticipar, hipotetizar, analizar y sintetizar, entre otras), desarrolla conductas sociales y afectivas importantes, desarrolla el placer y la recreación. Por tanto, un niño que escucha cuentos con regularidad, no sólo está en un proceso de pensamiento activo de imaginación, sino que también está absorbiendo vocabulario y estructuras lingüísticas que más tarde le servirán para comprender mejor lo que lee y producir textos escritos propios de buena calidad.

Tanto las Bases Curriculares de la Educación Parvularia en el ámbito de la “Comunicación” como las Bases Curriculares de Educación Básica en la asignatura de Lenguaje y Comunicación (Lengua y Literatura en los niveles mayores) incorporan la comprensión oral como un objetivo a desarrollar dentro de la “Comunicación Oral”. En los primeros niveles incluso se explicita la narración oral y lectura oral como parte del currículum. Sin embargo, y con más frecuencia de la que debiéramos afirmar, esto sólo se cumple en los niveles de prebásica. Es una práctica frecuente que las educadoras de párvulo narren oralmente cuentos o se los lean a sus estudiantes. No obstante, esta práctica se pierde en la educación básica, principalmente debido a la presión que ejerce la evaluación SIMCE en la asignatura y la necesidad de trabajar casi exclusivamente la comprensión lectora, dejando de lado la producción escrita y la comunicación oral aunque estas se encuentren declaradas en las planificaciones curriculares respectivas.

Quizás sea por lo anterior que un ciudadano promedio tiende a asociar al narrador oral o cuentacuentos como un artista que trabaja exclusivamente con niños pequeños, desconociendo que el oficio también se desarrolla, por ejemplo, en bares nocturnos, o que en las zonas rurales existen “narradores tradicionales” y “mentirosos” con repertorios destinado en muchos casos exclusivamente a público adulto. “La narración de literatura oral todavía es vista como algo de poca importancia; basta percibir lo que sucede con nuestros mitos y leyendas. Éstos sólo reciben atención durante el mes del folclor…” (Cléo Busatto, 2005).

Urge, entonces, revalorizar el oficio de narrar oralmente e instalarlo en la escuela como una práctica habitual. Urge dejar de lado la guía impresa de compresión lectora, y la presentación en powerpoint para volver en torno al fogón, mirarnos a los ojos y contarnos las historias que contaban nuestros abuelos. Quien lee o escucha cuentos que le son narrados oralmente o leídos vive distintas vidas en una. A través de los cuentos se puede viajar a otras tierras, y vivir en otros tiempos. Se pueden conocer las costumbres de otros países, se pueden trabajar valores morales, y se puede, además, trabajar la identidad del país con nuestros mitos y leyendas propios. Y si a esto agregamos los beneficios que contrae para el desarrollo de la comprensión lectora señalados anteriormente, entonces la urgencia es mayor. Einstein dijo: “Si buscas resultados distintos, entonces no hagas siempre lo mismo”. Si los resultados en comprensión lectora no han variado significativamente a lo largo de los años, ¿qué esperamos para cambiar de estrategia? Gabriela Mistral, en “Magisterio y Niño” hace décadas señaló: “Mayor bien que muchos cursos de esos llamados de especialización traerían unos de buen leer y de buen contar, hechos para maestros y bibliotecarios”. Atrevámonos a reemplazar la guía escrita por sesiones de narración oral y lectura de libros en la biblioteca. Animemos a los estudiantes a recuperar las historias familiares y narrarlas oralmente también y recuperar de paso nuestra memoria como país. A lo único que nos arriesgamos es a mejorar los resultados dadas las investigaciones y literatura disponible.


BIBLIOGRAFÍA

· Álvarez, G. (2004). Textos y Discursos: Introducción a la lingüística del texto. Chile: Edit. Universidad de Concepción.

· Beuchat, C. (2006). Narración Oral y Niños. Una alegría siempre. Santiago de Chile: Ediciones UC.

· Busatto, C. and Fernández Valiñas, R. (2005). Contar y encantar. México: Diana.

· Condemarín M. y Medina, A. (2010). Evaluación Auténtica del Lenguaje y Comunicación. Chile: Edit. Andrés Bello.

· Edwards Valdés, A. (2008). Hora del cuento. Santiago de Chile: Editorial Universitaria.

· Mistral, G. and Scarpa, R. (2005). Magisterio y Niño. Santiago de Chile: Ed. Andrés Bello.

· Monfort, M. y Juárez, A. (1999). El niño que habla. España: Edit. Ciencia de la Educación Preescolar y Especial.

· Searle (1969), autor citado por Mendoza, E. (2001). La Narrativa en el TEL. España: Ediciones Pirámide.

· Volosky, L. (2004). Poder y magia del cuento infantil. Santiago de Chile: Edit. Universitaria.





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